27 mar 2011

El que se fue a Sevilla perdió su silla:

Durante el reinado en Castilla de Enrique IV de Trastámara, un sobrino de don Alonso de Fonseca -arzobispo de Sevilla- fue a su vez designado arzobispo de Compostela. Él, suponiendo que a su sobrino le iba a costar mucho hacerse cargo de todo se  ofreció para adelantarse a santiago de Compostela y allanarle el camino si a cambio él se quedaba en Sevilla ocupándose de sus negocios.
Una vez que don Alonso, concluye la gestión, regresa  a Sevilla, y se encuentra con que su sobrino se niega a abandonar la sede que regentaba.
Para solucionar el problema, fue  necesaria la intervención del Papa y hasta la del propio rey Enrique. El joven, una vez que regresó a Santiago, terminó preso y sentenciado a cinco años de condena por otros delitos, pero su carrera continuó y llegó a ocupar los más altos cargos eclesiásticos, teniendo que ceder su arzobispado a su propio hijo.
De aquel suceso, muy comentado en su tiempo, nació el dicho que seguramente en su origen debió ser el que se fue "de" Sevilla, perdió su silla y no como lo conocemos hoy, el que se fue "a" Sevilla, perdió su silla, porque en realidad, don Alonso no fue a Sevilla sino a Santiago de Compostela, para lo cual debió irse de Sevilla y... dejar su silla.

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