Nadie los distingue.
Solo son sombras fugitivas,
Peregrinos a destiempo.
Nadie sabe de ellos.
Se ocultan tras las farolas
Y lloran con el farolero.
Ellos, cautos , se pierden
para encontrarse a gritos;
La lengua sobre la lengua,
La mano sobre la mano,
Los ojos cerrados,
la mirada hacia dentro,
Y solos, muy solos.
Tan solos…
Que el tiempo acostumbra
a olvidar la monotonía de sus nombres.
Nadie sabe de ellos
Y todos se entristecen por su mala suerte.
Pero lo que no imaginan es
Que Ellos, solos, tan solos…
No necesitan ser nombrados.
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